ALMANAQUE BSE 2018 134 De la misma época son las cartas de Séneca a Lu- cilio; el filósofo describe así los sonidos que lo in- vadían (Querol i Noguera, 1994): “Vedme aquí en- vuelto en un fuerte griterío: vivo detrás de unos baños (...) sufro el sonido del ladrón sorprendido en el delito, el cantor que encuentra en el baño que su voz es mejor (…) el depilador que hace sonar una voz aguda y es- tridente para hacerse notar y que no calla nunca, más que cuando depila unas axilas y en vez de gritar él, hace gritar a otros (…) los proveedores de las tabernas, que venden sus mercaderías con una cantinela carac- terística (...) Creo que la voz humana distrae más que los ruidos (…) mientras que los ruidos sólo hieren las orejas (...) ¿Qué necesidad hay de torturarse los tímpa- nos cuando Ulises encontró tan fácilmente un remedio a las sirenas?” El filósofo alemán Immanuel Kant tenía una pro- funda aversión al ruido (Fisher, 1875): “Para que la habitación le fuera agradable, había de ser lo más silenciosa posible. Mas como esta condición era difícil satisfacerla (…) cambiaba frecuentemente de casa. (…) Una vez se mudó de casa porque cantaba de- masiado el gallo de un vecino; intentó primero com- prárselo, y no consiguiéndolo, tuvo que abandonar su habitación. Por último, compró una casa modesta cerca de los fosos del castillo. Pero aquí tampoco se vio libre de molestias desagradables. Próxima a su casa, estaba la prisión de la ciudad, en donde hacían cantar a los presos ritos religiosos a fin de mejorarlos y corregirlos, y que iban a parar cuando abrían las ventanas a los mismos oídos de Kant”.