ALMANAQUE BSE 2018 82 La evolución que se sucedió a partir de los diferen- tes contactos terminó conformando un léxico no homogéneo, donde es posible rastrear los orígenes de muchas de las palabras y de las expresiones que utilizamos cotidianamente. De igual manera que en el resto del continente, los misioneros católicos cumplieron con el rol de aculturar a los indígenas mediante la imposición de la fe cristiana. Para cumplir con ese objetivo, mu- chos sacerdotes se interesaron en el aprendizaje de las lenguas habladas por los pueblos originarios y fueron quienes redactaron los primeros dicciona- rios y manuales de gramática, incorporando mu- chos de los términos nativos vinculados a la geogra- fía, la flora y la fauna. De los pueblos originarios heredamos un rico vocabulario. Algunos ejemplos son: aceguá, aiguá, arapey, bacacay, burucuyá, carancho, caraguatí, carapei, casupá, caracú, cebollatí, cololó, cuareim, cuñapirú, curupí, chamamé, charrúa, chirc, chuy, daymán, guaná, guazuvirá, guayabo, guayuvirá, gurí, ibicuy, jacarandá, jaguareté, mamboretá, mangangá, ñandú, ombú, paysandú, pelechar, pitanga, pororó, quarahy, queguay, sarandí, surubí, tacuara, tacuarembó, tacuarí, tapera, tapes, tapioca, tararira, tatú, teruteru, timbó, tucura, tupambaé, uruguay, urunday, yacaré, yaguarón, yapeyú, yaro, yatay, yí. La evolución y los usos de la lengua y las palabras no escapan a su entorno; por el contrario, su devenir está atado a su contexto histórico y en el caso del Río de la Plata el intercambio con individuos de diferentes orígenes produjo huellas en el idioma y es algo que puede ser contrastado. El proceso que acompañó lo sucedido con las migraciones, plagado de acontecimientos sociales, políticos y deportivos, impactó de forma directa en la construcción de lo colectivo, hizo corriente el uso de determinadas expresiones y la apropiación y resignificación de muchas palabras por parte de comunidades de hablantes que les atribuyeron nuevos sentidos. A fines del siglo XIX, en Buenos Aires, hubo una importante huelga de obreros panaderos que reclamaban mejoras salariales y un régimen de ocho horas. A modo de sátira, y para burlarse de los poderes imperantes, a los bizcochos (o facturas como le llaman en Argentina) los “rebautizaron” con nombres irónicos. Por el orden religioso, les llamaron “bolas de fraile” o “suspiros de monja” y “sacramentos”, y “cañones” y “bombas”, como burla para el Ejército. También se referían a la Policía con el término “vigilantes”. Rápidamente, estas palabras cruzaron el charco, para instalarse de forma permanente de este lado del Plata. PANADEROS ANARQUISTAS