ALMANAQUE BSE 2018 28 Los recién llegados se dedicaron a múltiples tareas y oficios y se fueron insertando laboralmente hacien- do lo que sabían o podían. Y así fue que, muchos de los suizos hicieron queso, los gallegos tuvieron bares y panaderías, los ingleses trabajaron en el tren, los judíos fueron sastres, los árabes se dedicaron al co- mercio y los italianos a la huerta y a la vid... En principio los individuos pertenecientes a las diversas colectividades tendían a comportarse, en mayor o menor medida, de manera endogámica. Lo esperable para la descendencia era casarse con una persona perteneciente a la misma colectividad, y hasta con los hijos de los paisanos que habían com- partido el barco que los trajo de Europa o quienes habían sido vecinos o eran parientes de aquel pueblo lejano que habían dejado atrás. El idioma fue para muchos la primera barrera y una dificultad a la hora de vincularse. A fines del siglo XIX, a partir de las ideas de José Pedro Varela, el Estado uruguayo promovió la edu- cación pública, universal y gratuita. Fue en ese ám- bito que los hijos de esos inmigrantes comenzaron a compartir con criollos, y con otros inmigrantes que llegaban, el orgullo de formar parte de una sociedad heterogénea que ofrecía numerosas herramientas de promoción social, proyectando la idea de un futuro mejor vinculado al esfuerzo y al trabajo. Con el paso del tiempo y de la mano de los ve- cindarios multiétnicos, se incrementaron los ma- trimonios mixtos, reforzando el sentido de perte- nencia y la adhesión a una identidad que conjugaba experiencias y valores comunes. Uruguay ofrecía para muchos lo que sus propios países no estaban en condiciones de ofrecer. En los inicios del siglo XX la prosperidad económica y el Estado de Bienestar uruguayo, que incluía un sólido y valorado sistema de Educación, funcionaron como un imán para jó- venes que, respetuosos de los orígenes de sus padres y de sus propios orígenes, se animaron a abrazar con fervor la identidad que emanaba de esta dinámica sociedad, de un país que presentaba parámetros que garantizaban una elevada calidad de vida para sus habitantes, muy por encima de otras sociedades de América Latina y el mundo. Así, fueron naciendo un conjunto de cualidades, de la mano del asado, del ritual del mate, del fút- bol y del tango. Se fue moldeando una matriz cul- tural que se hacía palpable no solo en el español rioplatense, sino también en el lunfardo, en las costumbres, en las festividades... en una idiosincra- sia republicana que acompaña hasta nuestros días el sentir del pueblo uruguayo. Otra característica que indudablemente nos identifica es la nostalgia, tan así que la hemos convertido en celebración y es motivo de conversación cotidiana en cada esquina, en cada bar, en cada reunión. Un brindis por aquel mundial glorioso, por la juventud perdida o sim- plemente por un pasado que “siempre fue mejor”. La nostalgia del uruguayo es también herencia de aquella idealización que el migrante hizo de lo que un día dejó, ese sentimiento crudo y amargo que de una forma u otra se fue perpetuando de generación en generación. Hasta la década de 1960 el proceso inmigratorio fuemuyimportante.Sibiensiemprehubouruguayos que se animaron a buscar nuevos horizontes, en la década del sesenta comienza a revertirse el flujo migratorio, acompañando la finalización de “la época de las vacas gordas”, de la “Suiza de América”. La recesión económica se instala y comienzan a ser más los que se van que los que llegan. En la década de 1970, la dictadura expulsa a decenas de miles de orientales por sus ideales políticos, dando inicio a un oscuro periodo que se ve acompañado por un fuerte proceso de emigración, una sangría de compatriotas que no se detendrá en las décadas siguientes. Si bien una cantidad de uruguayos volvieron al país con el retorno de la democracia a mediados de los ochenta, la crisis que estalló en el año 2002 expulsó a muchos otros, principalmente jóvenes, configurando una nueva oleada de exilio económi- co que tuvo como destino principal a países ubica- dos en el norte de América y Europa. Para muchas familias, entonces, las raíces vuelven a aflorar, de la mano de las ciudadanías heredadas de padres, abuelos, bisabuelos y hasta tatarabuelos. Pasapor- tes que recuerdan una vez más su procedencia y que facilitan la inserción sobre todo en el ámbito